La temporada 2012 de Fórmula 1 se ha convertido en una fiesta en la que todos comen un pedazo de tarta. ¿Todos? Dejando a un lado a Force India que, si continua mejorando en los próximos meses, tendrá opciones de hacerse con un trozo del pastel, hay un equipo que a duras penas podrá aspirar a obtener puntos de manera esporádica: Toro Rosso, el equipo cantera de Red Bull. No es su objetivo, así de simple.
Es fácil recordar que hubo un tiempo en el que Toro Rosso sí fue competitivo pero hay dos condicionantes importantes: Gerhard Berger, inteligente y con buena vista para los negocios, tenía el 50% de la escudería y estábamos en una época en la que los coches cliente estaban permitidos. En resumidas cuentas, Toro Rosso tenía una cúpula directiva que sí buscaba obtener resultados y a la matriz les costaba poco dinero tener dos chasis competitivos en su escudería menor. Si a eso unimos el 'factor Vettel' tendremos la razón por la que la victoria en Monza culminó una racha de grandes resultados.
Pero a final de 2008, el proyecto se desmoronó: Red Bull reclamaba a su joven estrella y la FIA prohibiría los coches cliente para 2010 con lo que Berger, haciendo gala de los dos adjetivos que le hemos adjudicado antes, vendía su participación en la escudería volviendo a quedar el equipo en manos de Dietrich Mateschitz, el magnate de bebida energética. Su competitividad en pista se mantuvo durante el inicio de 2009 pero en 2010 Toro Rosso volvía a ser un equipo de final de parrilla que bien podría recordar a Minardi de no ser por la entrada de tres equipos con unos recursos aún más limitados que los suyos.
Pero a final de 2008, el proyecto se desmoronó: Red Bull reclamaba a su joven estrella y la FIA prohibiría los coches cliente para 2010 con lo que Berger, haciendo gala de los dos adjetivos que le hemos adjudicado antes, vendía su participación en la escudería volviendo a quedar el equipo en manos de Dietrich Mateschitz, el magnate de bebida energética. Su competitividad en pista se mantuvo durante el inicio de 2009 pero en 2010 Toro Rosso volvía a ser un equipo de final de parrilla que bien podría recordar a Minardi de no ser por la entrada de tres equipos con unos recursos aún más limitados que los suyos.
En la pasada temporada, la consolidación de sus pilotos y la experiencia acumulada hizo que el equipo repuntara a final de año, pero la realidad de Toro Rosso explotó a los ojos de muchos aficionados a mediados de invierno. Los de Faenza prescindían de Jaime Alguersuari y Sebastian Buemi que habían mostrado una buena progresión en los meses anteriores. En su puesto entrarían dos debutantes -aunque Daniel Ricciardo compareciera en varias carreras con HRT, su experiencia real es mínima- dejando claro que Toro Rosso no es más que un paso más en la escalera de sus jóvenes pilotos hacia Red Bull. Como la Fórmula 3 o las World Series.
Objetivo: evaluar talentos
Es evidente que Toro Rosso podría haber ido a por la gloria en 2012 teniendo en cuenta lo igualada que está la parrilla. Una buena inversión en desarrollo y el aprovechamiento de los conocimientos de su casa madre le harían repuntar pero, como demuestra apostar por dos pilotos que a corto plazo no van a rendir mejor que los que tenían antes, conseguir resultados no está en su hoja de ruta. Su único objetivo es evaluar a los pilotos para ver si están listos para dar el salto a Red Bull. Para comprobar si responden a las exigencias de un fin de semana, si consiguen sacar el máximo del coche a una vuelta o si tienen la constancia necesaria para rodar con constancia durante un Gran Premio no es necesario tener un coche competitivo. ¿O es que Fernando Alonso necesitó un buen coche para impresionar a la Fórmula 1 en 2001? El 'próximo Vettel' tampoco.
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