Resulta apetecible soñar con que
Lewis Hamilton o Fernando Alonso sean capaces de dar la vuelta a la tortilla y lograr entrar en una lucha por un campeonato que, a día de hoy y tras sólo seis carreras, no parece exister. Argumentos tenemos para pensarlo, pero Sebastian Vettel cada domingo se empeña en quitarnos razones. El alemán, pese a que se eche la culpa a las características del circuito o a la dirección de carrera de sus victorias, ha completado dos carreras soberbias en Montmeló y Mónaco. En dos semanas consecutivas y en ambas aguantando a monoplazas superiores -en la última fase de la carrera- con un oficio que hasta ahora parecía reservado a otros pilotos con más años de experiencia.
Atrás parece haber quedado ese
Vettel impulsivo en busca de mejorar sus récords o superar a rivales en la primera opción que le surgía que vimos en la pasada temporada. El alemán, lejos de la amenaza de un Webber desdibujado, está sacando su mejor versión depurando esos fallos de juventud. Decía Antoine de Saint-Exupery, quien curiosamente ejercía de piloto... de aviación, que 'la perfección no se logra cuando no hay nada que mejorar sino cuando ya no hay nada que conseguir'. Con un título en el bolsillo y un contrato a largo plazo con el mejor equipo de la Fórmula 1, ése es el caso de Sebastian Vettel, que está bordeando el sobresaliente cada vez que se sube a un monoplaza.
Teniendo en cuenta esa serenidad, creo que Vettel no sobrepasará el límite en las próximas carreras ni lo hubiera hecho si Alonso o Button hubieran subido el listón en un hipotético final de carrera sin cambio de neumáticos. Con terminar detrás de Hamilton en el resto de carreras le bastará para hacerse con el campeonato, así que sería muy inteligente por su parte no entrar en peleas consciente de que habrá circuitos en los que sus rivales ni siquiera podrán distinguir qué pone en el alerón trasero de su Red Bull. Sin embargo, eso es muy distinto a afirmar con cierta rotundidad que Fernando o Jenson le habrían pasado en las calles de
Montecarlo. Eso significaría entrar en el terreno de los imponderables, lugar en el que nadie, aunque se empeñe, sabe a ciencia cierta lo que hubiera ocurrido.
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