Tiempo habrá de hablar del arrojo de Hamilton, del derroche de calidad que Fernando hace cada vez que se sube a un coche o del tesón de Webber, pero permítanme la frivolidad de dedicar estas lineas al deporte en sí. Ésta es una especialidad agradecida que premia al aficionado inteligente: cuanto más la conoces, más ganas tienes de seguir aprendiendo y más la disfrutas y, a pesar de sólo tener dos ojos, te empeñas en tratar de canalizar la inmensa información por minuto que genera el evento. Esa cita con aficionados, tiempos en directo y detalles técnicos no te la puede robar nadie.
Tu estado de ánimo se convierte en secundario: las batallas perdidas o ganadas son menos importantes por un rato que lo que ocurre cuando se apaga el semáforo. Como esa persona a la que quieres y que, en ciertos momentos, eres tan inconsciente de desear no volver a ver, pero te termina por demostrar con el tiempo que sí, que tal vez no estabas equivocado cuando tu caprichosa mente decidió enamorarse. Si como decía Gottfried Leibniz, amar es encontrar en la felicidad de otro tu propia felicidad no se me ocurre otro sinónimo a lo que muchos sentimos por este deporte en el que veinticuatro héroes se disputan el honor cada quince días.
Un deporte que, pese a todo lo desagradable que le rodea, es capaz de animar cualquier domingo por insípido que sea al aficionado casual con carreras que, desde este año, pocas veces defraudan y hacen que la audiencia esté pendiente hasta el último momento de su resolución. De los pocos juegos en los que tres tipos, que no dejan de ser la punta de lanza de proyectos multimillonarios que cuentan con centenas de personas detrás, necesitan pelear sin un momento de respiro durante noventa minutos para hacerse con la ansiada gloria.
En Fórmula 1 no hay tiempos muertos ni parones, la acción no cesa en ningún momento como en las mejores producciones de Hollywood. Al igual que en el séptimo arte, las estrellas brillan pero el guión nunca está escrito hasta que se cruza la última línea de meta. Así que permítanme un consejo. Si tiene un niño cerca no lo dude: olvide otra cosa y póngale a ver carreritas de coches de colores. Estoy seguro de que algún día, cuando encuentre el amor, se lo agradecerá.
domingo, 24 de julio de 2011
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3 comentarios:
No sé muy bien cuál es el sentido que le has querido dar a lo escrito, pero me ha gustado.
Hoy Hamilton estaba exultante, sentía alegría, felicidad y amor. Pocos son los elegidos.
La verdad es que no podría definir mejor con palabras lo que significa este deporte para mi. Es encontrar la felicidad con los triunfos de los pilotos pero también la tristeza y decepción cuando las cosas se tuercen en el último momento, es querer tener ojos para mirar la carrera,el live timming... y sobre todo es entretenimiento y nos permite desconectar de "la vida real" durante 90 minutos.
Gran entrada, la comparto en twitter!
Amor y odio, eso es. Lo bueno es que lo primero supera a lo segundo con creces.
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