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Cual ave fénix, Michael Schumacher volverá a pilotar un Ferrari de Fórmula Uno en el próximo Gran Premio de Europa, sustituyendo a Felipe Massa. Tras más de un año sin sentir las fuerzas G de un monoplaza de competición, Michael, como otros tantos deportistas legendarios, está dispuesto a poner un epílogo a la bonita historia que terminó en Brasil 2006.
¿Por qué? Jamás lo sabremos, pero mi respeto por alguien que ha ganado siete títulos mundiales me hace pensar que Michael vuelve más por hacer un favor a su Ferrari que por un deseo intrínseco de hacerlo. Es difícil de entender que alguien tan grande como Schumacher tras tres años viendo las carreras desde el muro tenga la necesidad de volver a competir en Fórmula Uno como si continuara siendo un jovenzuelo.
Otro de los factores es el riesgo. No hablo del riesgo físico de los pilotos que tan en boca está de (demasiada) gente en los últimos días, sino el riesgo de que el gigantesco orgullo de Michael Schumacher y todos los que le idolatran se vea empequeñecido por lo que pase en pista y que haga olvidar el final caballero derrotado (pero caballero, al fin y al cabo) al que hacíamos referencia al inicio: esa magnifica cabalgada en las últimas vueltas de Interlagos debían ser el último legado de Michael. Aquel debía ser el recuerdo de los niños que aún decoran su habitación con un poster de un piloto al que apenas vieron en directo.

Ahora esos jóvenes verán a Michael en lucha con los Lewis, Sebastian y compañía. Una de esas duda de nuestras mentes que se empeñan en pensar si Senna era mejor que Clark, si Fangio hubiera batido a Prost... quedará resuelta para muchos, aunque no será real. Yo soy tan romántico que no quiero saber la respuesta, porque saberlo no nos hará valorar más a Michael o aunque quizá podría hacer que aquellos que no lo hayan visto en plena forma puedan dejar de hacerlo.
Son otras circunstancias, pero hubo un día que otro gran Michael volvió al trabajo. Su final fue bastante olvidable y quedó por debajo de los jóvenes que jamás llegarán a ser una leyenda como él, pero lo hizo por amor al deporte que le hizo grande. Entonces yo decoraba mi habitación con un poster de aquel gran hombre. Ahora cierro los ojos y veo el Delta Center en completo silencio. Una última ofensa a las leyes de la gravedad. Una leyenda convertida en Dios. Michael, no lo estropees.